Las mujeres de mi vida

Lo que la vida te quita por un lado, se multiplica por el otro.

Sucede que pasó Setiembre, el mes en el que 3 de las mujeres más importantes de mi vida cumplían años: mis abuelas, que ya no están, y mi tía querida/madrina con quien tuve la suerte de celebrarlo en París.

Tanto Setiembre como la distancia me recordaron lo agradecida que estoy por haberme cruzado con mujeres maravillosas que tuvieron siempre el instinto de adoptarme, de acogerme, de tratar de poner un granito de arena en esta vida «multimadre» que me tocó vivir.

Mis dos abuelas murieron el mismo año, con 4 meses de diferencia. Yo tenía 23 años.

Era 23 de Abril del 2006 y yo volvía de visitar a mi mamá después de 6 años sin vernos. Era Domingo y tocaba ir a almorzar con mi abuela pero no fui. Estaba muy cansada. «El próximo Domingo iré»… ese Miércoles la internaron en la clínica y nunca más salió de ahí.

Uno siempre anda dejando las cosas para después.
Vivimos siempre tan ocupados o concentrados en nuestras cosas que dejamos que el tiempo pase. Pero lamentablemente un día estamos y otro día no. Y quienes han perdido a personas queridas lo entenderán mejor.
Desde ese entonces trato de hacerle saber a las personas lo mucho que me importan. Así que no quiero dejar pasar un día mas sin agradecerle a todas estas mujeres especiales que la vida puso en mi camino.

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Podría decir un millón de cosas de cada una de estas personas, pero trataré de ser breve.

Las mujeres de mi vida. Mujeres que han estado ahí para mí, como ejemplo, como soporte, como cómplices, como compañeras, cómo oídos, como hombros para llorar.

Primero a mi papá, el hombre más noble del mundo, que aunque de mujer no tiene absolutamente nada, tuvo que hacer ambos roles en el día a día, el de papá y mamá, el del bueno y el del malo, el estricto y el comprensivo. El que con sus virtudes y defectos hizo lo mejor que pudo para verme siempre feliz.

A mi mamá, una mujer valiente y viajera, que aunque no pudimos estar juntas físicamente, hizo todo para estar presente en mi vida de alguna u otra manera y que hoy, por cosas del destino, vuelve a estar cerca. Ya no en otro continente, ya no a 24 horas de viaje sino a 3 horas en tren, apoyándome en este proceso de adaptación.

Mis dos abuelas, cada una tan diferente de la otra.

La mamatita, quien nos acogió en su casa y se encargó de cuidarme con amor mientras mi papá trabajaba o cuando me enfermaba. La que se sentaba horas de horas a esperar a que termine de comer mi pollito con papas que era lo único que me gustaba, contándome los cuentos de Almendrita y Pulgarcito. La mejor contadora de cuentos.

Mi mamita, mamá de mi mamá, una mujer súper dura, súper seca, pero a quien le debo mi carrera, mi vida profesional y el deseo constante de salir adelante, de aprender nuevas cosas.
La que me atormentaba para que esté bien peinada «siquiera ponte una peineta hija», la que de inmediato me llevaba a comprar zapatos si los que tenía no parecían nuevos e impecables. La mujer más activa, siempre aprendiendo cursos nuevos, bailes, computación, cosmetología, astrología, cursos de inglés, etc.

Mi madrina, un gran ejemplo de madre, de hija, de esposa, de orden, de organización, de «charm», de simpatía, de alegría. La que tuvo que soplarse todos los años mis actuaciones del día de la madre en el colegio y la que me escribe todas las mañanas sin falta desde que me fui de Lima.

Mi prima, que desde que nací me adoptó como su hija, como su muñeca. La foto no me dejará mentir.  Quien siempre fue (y cada día incluso un poco más) una de mis mejores amigas, mi confidente, mi cómplice, mi hermana. Siempre lista para una buena «puteada», siempre con ganas de verme salir adelante, de no dejarme caer.

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Mi tia Maritza, graciosísima y divertidisima. Con un corazón enorme. Con quien compartimos el amor por el sushi, entre otras cosas.

A Patty y a mis primas menores con quienes compartí tantas cosas durante muchos años de mi vida técnicamente en la misma casa.

Luego entraron en escena las mamás (y abuela) de mis amigas de la clase (y algunas de otras clases) quienes siempre estaban pendientes de mi, a quienes mi papá les confiaba su mayor «tesoro» en cada paseo. Siempre el combo «hija + botiquín». Las que me engreían cuando iba a sus casas a jugar, las que me trataban como una hija más.

A mis amigas, las de toda la vida, esas que conocen cada uno de mis secretos y yo conozco los suyos. Las que me acompañan desde los 6 años. Cada una con su personalidad tan marcada y tan distinta de la otra. Que me siguen la corriente todos los años con mis múltiples celebraciones cumpleañeras. Que han estado siempre ahí, en las buenas y en las malas.

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A las amigas que han ido apareciendo en el camino, por una razón u otra, con las que parece que nos conociéramos de toda la vida, que han estado ahí en mis sucesos importantes, desde el momento que nos encontramos.

Y hasta las amigas que «heredé» de mis exs, que me quisieron por ser yo, como un ser individual y no el apéndice de alguien. Muchas de ellas siguen siendo amigas muy queridas y cercanas.

A las mamás de mis exs; todas sin excepción me acogieron de la mejor manera. Algunas mantienen el contacto y otras sintieron que sería una traición para «la nueva», pero absolutamente todas fueron siempre muy cariñosas conmigo.

A Lili, la mamá de mi roomie querido, que me adoptó y acogió tantos Domingos  y en todos los eventos famliares, con tanto cariño. Que hasta el dia de hoy está siempre pendiente de mi.

A mis compañeras de trabajo; con las que congeniamos desde el día uno, y con las que fue cuestión de tiempo. A las que empezaron por ponérmela difícil pero terminaron siendo amigas y hasta las que un día fueron amigas pero luego cambiaron el chip y empezaron a «meter cabe», pero siguen sonriéndome. Porque uno aprende de todas estas situaciones y uno se hace más fuerte. Aprendes a darle a cada cosa la importancia que se merece.

A mis jefas, de las que aprendí muchísimo. Cada una, a su estilo, supo sacar lo mejor de mi y hoy en día se siguen alegrando por mis logros tanto personales como profesionales.

A mi querida Inés, quien me cuidó desde los 5 años hasta que me mudé a París. La señora que trabajó siempre en mi casa, mi mano derecha, la que se ganaba con todos mis llantos de frustración o  de corazón roto y rápidamente se aventuraba a «pasarme el huevo» para espantar el susto. También a Julia que sigue en la familia. Las dos estuvieron en mi casa para despedirse el día que me fui de Lima.

A un grupo de mujeres muy especiales para mi, que aunque fuéramos de generaciones distintas, han sido y siguen siendo mis íntimas amigas, las que escucharon todas mis historias sin juzgarme y me aconsejaron siempre. Las que han sido incondicionales para mi, alentándome siempre a confiar en mi intuición y a aventurarme a cada nuevo reto. Siempre con mucho cariño. Patty, Nina y Nelly.

Cada una de estas mujeres ha cumplido un rol en mi vida y tiene un lugar especial en mi corazón.

A todas ustedes, GRACIAS! De corazón, estaré eternamente agradecida.

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16 respuestas a “Las mujeres de mi vida

  1. Hija querida!!! gracias a ti por ser quien eres y estar siempre ahí dispuesta a escuchar, aprender, enseñar y valorar cada minuto compartido, todas absolutamente todas las nombradas te queremos mucho!!! ojalá que el mundo que da tantas vueltas nos acomode nuevamente juntas y felices en una aventura que todavía no sabemos como viviremos!

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